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La excelencia

No he leído demasiadas cosas sobre Guardiola desde que anunció que se iba. Sólo titulares, frases con las que casi siempre he estado de acuerdo. «El Barcelona de Guardiola es el mejor equipo que he visto nunca», «Guardiola ha sido una bendición para el fútbol», y cosas por el estilo. En realidad, no tengo mucho más que añadir. Siempre que he tenido algo que decir al respecto, lo que he escrito aquí. Lo hice en octubre con ‘El iBarça de Guardiola’ y en diciembre con ‘Algo más que el mejor equipo del mundo’.

Quizás añadiría que este Barcelona me parece, sin lugar a dudas, un equipo de autor.A pesar de disponer de una gran parte de los mejores jugadores del mundo, y de tener además a Messi, la eficacia, contundencia y plasticidad de su juego se deben, única y exclusivamente, a Guardiola. No sé lo que sucederá en el futuro, o si la etapa de Tito Vilanova será aún más esplendorosa, pero me resulta complicado imaginar que alguien mejore la obra de Guardiola.

Creo que ha aportado cosas inéditas hasta ahora, como ya he comentado en los artículos anteriores: la firmeza y determinación a la hora de prescindir de Ronaldinho, Deco y después de Etoo nada más ocupar el banquillo. De su clarividencia para ver el fútbol como un juego global, donde el ataque y la defensa forman parte de lo mismo. La posición adelantada del equipo para atacar, dominar la situación y someter al rival en forma de presión cuando éste recupera la pelota. La ausencia de un esquema definido, o de jugadores específicos para ocupar una determinada posición en el campo. Los movimientos corales y la capacidad de sacrificio de los jugadores, independientemente de sus caractarísticas. Y su habilidad para generar un compromiso permanente en el equipo. En realidad, diría que lo inédito es aplicar todo esto a la vez en un mismo equipo.

Tampoco me parecen desdeñables la inmensa mayoría de sus ruedas de prensa. No sé si disfrazado de falsa modestia, pero el mensaje es el que tuvo que ser casi todas las veces, que no fueron pocas. No sé cómo actuará la gente pero yo, al menos, le he dicho pocas veces a mi jefe que es un inútil, si es que lo ha sido. O he criticado en público la actitud de mis compañeros, si es que me ha molestado. En muchos casos, incluso, he sido políticamente correcto, aún en contra de mis ideas. Supongo que, cuando la trascendencia de las palabras se multiplica por mil, conviene transmitir un mensaje positivo. No seré yo quien trate de adivinar lo que se esconde detrás de ese supuesto disfraz, porque ni lo sé ni lo sospecho. En cualquier caso, lo que he visto durante cuatro años (sobre el campo) me ha parecido, casi siempre, inimitable.

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